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Se ponchan llantas gratis

Publicado orginalmente en Urban Living Lab el 03/09/2017

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Desde hace demasiado tiempo, México está asociado a la violencia. Por desgracia, esa es una de las imágenes que con mayor facilidad se exportan al exterior y no sin justificación. Desde dentro, esa imagen no solo se confirma, si no que se amplía y no es difícil percibir cómo la violencia ha permeado y está presente en la vida cotidiana .

En los últimos años, al margen de la violencia vinculada al narcotráfico, la más mediática, pero que es un tema aparte, se han empezado a visualizar y denunciar otras formas de violencia que durante mucho tiempo quedaron en segundo plano o directamente ignoradas bajo una capa de normalidad y aceptación como son los casos de bulling en las escuelas o los de violencia contra las mujeres entre otros.

Por suerte, la sociedad va cambiando y algunos comportamientos que hace no mucho eran considerados como "cosas de niños" o "piropos y coqueteos", ahora se empiezan a considerar como lo que son: agresiones. Digo empieza porque aún hay mucho camino por recorrer pero tengo la sensación de que con mucho esfuerzo y poco a poco, en estos campos se está avanzando en el camino correcto.

Llamar a las cosas por su nombre ha sido la mejor forma de poner el foco en esas agresiones, de no restarle importancia y no tolerar que queden impunes y vayan subiendo de nivel hasta acabar en finales dramáticos. Por eso es muy importante los trabajos de concienciación y denuncia que muchos colectivos están impulsando constantemente y que deben seguir ampliándose.

Pero, ¿es suficiente? Personalmente creo que en la Ciudad de México convivimos con una violencia latente que estalla con bastante frecuencia y que, como pasaba hace unos años con las agresión entre niños o contra las mujeres, están normalizadas y no parecen sorprender a nadie. Esa normalización sólo lleva a generar frustración en las víctimas y su entorno y más violencia para todos en el futuro.

Recorriendo la ciudad cada día he podido ver a coches acelerar ante un paso de peatones obligando a personas a recular para no ser atropelladas pese a tener prioridad y también he visto a autobuses lanzarse contra coches obligando a éstos a dejarlos pasar. La ley del más fuerte, el débil se resigna ante la agresión por el temor a su propia vulnerabilidad y el fuerte se impone olvidando cualquier regla de convivencia hasta que otro más fuerte le acaba haciendo lo mismo.

He visto a coches derribar a ciclistas y marcharse impunemente, y también he visto a ciclistas salir tras ellos y romperles una espejo. El ojo por ojo y diente por diente. Una agresión impune solo genera la necesidad de buscar la propia justicia que se acaba materializando en otra agresión impune de vuelta, entrando en una espiral con mal final. 

He visto franeleros rallar un coche o avisar y sus compinches de las grúas para llevarse un vehículo que no había aceptado pagar por usar la vía pública. La amenaza y la extorsión. Un marco mental donde o bien te resignas a aceptar un pago por usar un espacio de todos y te debes atener a las consecuencias, eufemismo de que algo malo le va a ocurrir al coche y que nadie lo va a impedir, por no decir que algunos van a colaborar para que así sea.

He visto centenares de letreros en las calles de la ciudad que recuerdan que "se ponchan llantas gratis" o que "respetarán tu coche si respetas su entrada". La amenaza como parte de la imagen urbana, normalizada, cotidiana. ¿Realmente alguien tiene derecho a "no respetar" o a "pochar las llantas gratis" de otro ciudadano por estacionar en su puerta? Cuando las amenazas se convierten en parte del paisaje urbano sin que no ocurra nada, se normalizan y pasan a ser una forma de comunicarse más. La amenaza como lenguaje y la agresión como herramienta legítima.

He visto atascos dónde cualquier excusa es buena para "mentarle la madre" a un desconocido también he visto bajar a un guardaespaldas de una camioneta y enseñar el arma en su costado a otro conductor para recordarle quien tiene la "prioridad" realmente. Una vez más, la ley del más fuerte y la amenaza y la agresión como lenguaje cotidiano. No hay voluntad de razonamiento para resolver los asuntos cotidianos, solo exhibición de fuerza, solo violencia.

He visto a un policía ser golpeado por un "lord de Twitter" que se marchó tranquilamente tras arrollar a un ciclista y que solo el ruido de las redes sociales impidió una impunidad total, pero también he visto a policías permitir que una multitud golpeara a unos rateros que habían tratado de robar en un microbus, esperando sin intervenir hasta considerar que ya se había infligido "suficiente justicia". La ausencia de la autoridad como garante de las reglas del juego.

Se suele decir que las autoridades policiales tienen el monopolio de la violencia, porque están preparados para aplicarla de forma proporcional y garantista (otra cosa es que estando preparados la apliquen correctamente) y ceder ese monopolio a cualquiera y de forma arbitraria es peligrosísimo. ¿Qué nos hace pensar que algún día, ante una posible agresión hacia nosotros, no la volverán a tolerar considerando que la merecemos bajo su criterio? Si solo vemos violencia en el ladrón y obviamos las agresiones contra ellos, nos estaremos perdiendo la mitad y volvemos a lanzar al mensaje de que cada quién puede aplicar su ley y sus castigos, su violencia.

Casi siempre, ante un problema, es buena idea entender el origen. ¿Por qué vivimos en ciudades? El éxito de las ciudades, desde su inicio, se basa en la cooperación de las personas, convivir y estar cerca unos de otros para sacar lo máximo de ellos y al mismo tiempo aportar lo máximo al colectivo, y para ello, es fundamental tener una reglas de convivencia claras y sobre todo, la voluntad de cumplirlas, la voluntad de convivir.

Es importante empezar a visualizar esas pequeñas violencias como lo que son y como se está haciendo en otros tipos de agresiones, empezar a crear conciencia de colectividad y convivencia frente al individualismo agresivo que reina en nuestras calles, porque el tipo de vida que se desarrolla en el espacio público condiciona el tipo de sociedad que construimos y si no somos capaces de convivir sin esa pátina de violencia impregnando por capilaridad cada acción cotidiana, difícilmente podremos afrontar con serenidad y voluntad de acuerdo el resto de nuestras actividades personales.

Muchas ciudades latinoamericanas que han logrado dar un salto social lo han hecho por la vía de cambiar una forma violenta de entender la ciudad por una basada en el respeto hacia los demás ciudadanos, especialmente hacia los que son más vulnerables. El espacio público es el terreno de juego de la vida cotidiana y en él se deben plasmar la educación y la cultura y la seguridad de una voluntad de convivencia yeso implica también que no se pueden tolerar actitudes en sentido contrario. Personalmente creo que ese es un camino pendiente de recorrer en la Ciudad de México y deberíamos impulsarlo con firmeza. Hay un proverbio africano que dice: Para ir rápido, ve solo; para ir lejos, vayamos juntos. Pues eso, vayamos junto, convivamos, porque queda mucho por andar.

Sinceramente creo que es posible que ante una pelea en el metro, la actitud mayoritaria de la gente sea la de tratar de detenerla y proteger a las personas aunque sean desconocidos en lugar de alentarla mientras la filman con sus celulares, pero para llegar a eso hay que trabajar en fomentar y consolidar valores como la solidaridad y el respeto. Sin lograr esa base, difícilmente seremos capaces de erradicar otros tipos de violencia de mayor rango.

© 2018 - Iván Valero Fernández